jueves, 31 de marzo de 2016

Garabatos musicales. Un rodeo más sobre el uso del dibujo en psicoanálisis

Como bien puede comprobarse después de un cierto recorrido de lectura y de conversaciones con colegas, es habitual que en el medio psicoanalítico no se ponga en entredicho el lugar de subordinación en el que lo gráfico se encuentra respecto de lo verbal, tal como si se tratase de un hecho prácticamente natural. Ya el mismo Lacan afirmaba con mucha soltura -y sin que esto genere aún hoy demasiada disonancia teórico-práctica- que la clínica psicoanalítica tiene una -y, remarquemos, sólo una- base: “lo que se dice en un psicoanálisis”; rebajando de este modo el papel de otros regímenes semióticos al excluirlos del fundamento de la misma. En lo que sigue, me detendré justamente en el reduccionismo que encierra tal concepción en campante circulación, por la que el grafismo acaba pagando un alto precio en materia de desprecio y hasta de invisibilización.
Partiendo de esta convicción, en el presente escrito intentaré articular diferentes materiales teóricos con una viñeta, la que me ha resultado especialmente interesante por contar con cierta atipicidad, siendo ella -además- singularmente valiosa como testimonio de la autonomía del graficar, entendido como práctica/trabajo psíquico productor de subjetividad.
Ruth es una adolescente con diagnóstico de autismo con la que trabajé por varios años y quien presentaba conductas hétero-agresivas de gravedad, a veces ante el solo hecho de acercarse a ella, lo que volvía nada sencilla a tarea de ayudarla. 
Pero sin ahondar en detalles y dirigiéndonos al tema que nos convoca, ¿qué papel juega el dibujo en esta historia? Hablar del rol del dibujo en este caso, implica primero hablar del lugar de la música para Ruth.
Hace ya algunos años empecé a trabajar con ella interactivamente mediante la compañía de una guitarra y algunos elementos percusivos, actividad a la que, aunque con oscilaciones, ha sabido responder con entusiasmo. Esta expresión placentera era justamente la que estaba ausente cuando se la invitaba a dibujar dejando unas hojas y crayones sobre la mesa, lo que sólo daba lugar a intensas quejas.
Sin embargo, cuando ya me inclinaba a abandonar la empresa, noté que Ruth percutió con un crayón sobre la hoja, haciendo sonar una secuencia a la que respondí golpeando la mesa, frente a lo que replicó a su vez y esperó luego mi contestación, generándose así una suerte de “conversación percusiva”.
Esto dio paso a que Ruth percuta luego con dos crayones secuencias parecidas a las del espacio musical que compartíamos y, para mi sorpresa, algunas todavía más complejas. Así fue que, entre repeticiones y diferencias –o, más bien, entre variaciones, como diría Ricardo Rodulfo-, Ruth fue dejando sus -tal vez- primeras marcas espontáneas sobre una hoja de papel con sumo agrado, creando dicho espacio incluso con violencia, pero claro, ya no tratándose de una agresividad en el sentido de una reacción contra un otro perturbador, sino de una violencia del orden de una alegría compartida que hacía caer ahora los golpes sobre la hoja: jubilosa violencia que, a su manera, acariciaba
Ruth ahora disfrutaba de su original jugar gráficomusical, modalidad singular por la que algo de la función del dibujar se abría espacio. 
Luego, estos “protodibujos percusivos” plagados de puntos, fueron también compartiendo el espacio del papel con trazos cortos y rudimentarios óvalos espiralados, embrionarias impresiones subjetivas que evocan en su conjunto un cuerpo esparcido, discontinuo, que no alcanza entonces a constituirse como unidad y hasta desborda el marco de la hoja.
Tomando a Dolto, la suerte de comas alargadas que aparecían en los dibujos pueden considerarse como precoces representaciones del sentimiento de vivir en el cuerpo. Por otra parte, siguiendo nuevamente a esta autora, los trazos espiralados podrían pensarse una primera forma de representación de procesos intelectuales en desarrollo, los que ciertamente podían observarse en distintos aspectos en Ruth, en especial en lo concerniente al uso del lenguaje. 
También cabe señalar que, según Marisa Rodulfo, la redondez en el autismo constituiría un modo restitutivo de un entonamiento no logrado en los intercambios con los otros, circularidad que se asociaría entonces a lo continuo y bueno, en oposición a lo disruptivo y dañino de lo puntudo.
Avanzando en nuestra articulación teórica, podemos pensar a estos gráficos como esos primeros choques que hacen que la base quede fecundada para que nazcan nuevas producciones, plataforma que al mismo tiempo el niño encuentra y crea, tal cual nos lo expresa Marilú Pelento.
Claro está que no hablamos de otra cosa que de la emergencia de esos primeros mamarrachos o garabatos, trazos sin argumento imaginativo que figuran lo informe al expresar aquello que Freud denominaba como energía pulsional del ello, transmutando así el cuerpo -aún no especularmente- sobre una hoja de papel o sus equivalentes, importantísimo trabajo/acontecimiento de escritura pictogramática que el grafismo así opera, por tomar aquel término de Piera Aulagnier. 
Si el niño, a partir de los 2 o 3 años, al dibujar espontáneamente, se dibuja -como podemos pensar a partir de Dolto-, Ruth estaba haciéndolo quizás por primera vez en su vida mediante aquellas formaciones figurales aún no figurativas con las que se ligaba a las hojas insuflándolas de una pronunciada cinética vital.
No hace mucho tiempo, decidí dejar hojas y marcadores a Ruth y retirarme a ver si se disponía a dibujar conmigo ausente y no ya en mi presencia o en mi presencia ausentada, tal como venía haciéndolo. Para mi asombro, no me encontré con trazo alguno sobre la hoja, pero sus manos estaban encendidas de colores, así como parte de su remera, superficie que así se impregnaba de una subjetividad que se salía de sí misma. Este simpático hecho, no puede sino recordarme lo que Ricardo Rodulfo nos dice en cuanto a los múltiples lugares en los que una singularidad puede habitar, depositar lo suyo, modificándose en el mismo movimiento de dejar(se) marcas. 
            Para cerrar esta viñeta, quisiera resaltar la importancia de una posición analítica atenta a agarrar de los cabellos a toda oportunidad facilitadora de que una subjetividad pueda aposentarse sobre una hoja de papel o algún equivalente, es decir, como propiciadora del hecho de hacer lugar una escena de escritura en la que un nuevo acto psíquico pueda desplegarse.

Para finalizar, espero que este al que me he referido haya ilustrado la relevancia del grafismo como espacio de aposentamiento para el desarrollo subjetivo, como un campo -entre otros- de producción de singularidad que reclama su notoriedad merecida en el gran collage de injertos heteróclitos que es el psicoanálisis, campo que, guardo así la esperanza, no siga “quedando desdibujado”. 

Bibliografía:

-Aulagnier, P.:               La violencia de la interpretación.
-Derrida, J.:                  Freud y la escena de la escritura.
-Dolto, F.:                     En el juego del deseo.
                             La imagen inconsciente del cuerpo.
-Freud, S:                   El múltiple interés del psicoanálisis.
-Lacan, J.:            Apertura de la sección clínica en Vincennes.
-Punta Rodulfo, M.:     El niño del dibujo.
                                    La clínica del niño y su interior.
-Rodulfo, R:                 Estudios clínicos.
                                    Dibujos fuera del papel.

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